Adicción a las nuevas tecnologías y a las redes sociales en
jóvenes: un nuevo reto
Enrique Echeburúa; Paz de Corral
A un nivel demográfico, los adolescentes constituyen un
grupo de riesgo porque tienden a buscar sensaciones nuevas
y son los que más se conectan a Internet, además de estar
más familiarizados con las nuevas tecnologías (Sánchez-Carbonell,
Beranuy, Castellana, Chamorro y Oberst, 2008).
Sin embargo, hay personas más vulnerables que otras a
las adicciones. De hecho, la disponibilidad ambiental de las
nuevas tecnologías en las sociedades desarrolladas es muy
amplia y, sin embargo, sólo un reducido número de personas
muestran problemas de adicción (Becoña, 2009; Echeburúa y
Fernández-Montalvo, 2006; Labrador y Villadangos, 2009).
En algunos casos hay ciertas características de personalidad
o estados emocionales que aumentan la vulnerabilidad
psicológica a las adicciones: la impulsividad; la disforia
(estado anormal del ánimo que se vivencia subjetivamente
como desagradable y que se caracteriza por oscilaciones
frecuentes del humor); la intolerancia a los estímulos displacenteros,
tanto físicos (dolores, insomnio o fatiga) como
psíquicos (disgustos, preocupaciones o responsabilidades); y
la búsqueda exagerada de emociones fuertes. Hay veces, sin
embargo, en que en la adicción subyace un problema de personalidad
-timidez excesiva, baja autoestima o rechazo de la
imagen corporal, por ejemplo- o un estilo de afrontamiento
inadecuado ante las dificultades cotidianas. A su vez, los problemas
psiquiátricos previos (depresión, TDAH, fobia social
u hostilidad) aumentan el riesgo de engancharse a Internet
(Estévez, Bayón, De la Cruz y Fernández-Liria, 2009; García
del Castillo, Terol, Nieto, Lledó, Sánchez, Martín-Aragón, et
al., 2008; Yang, Choe, Balty y Lee, 2005).
Otras veces se trata de personas que muestran una insatisfacción
personal con su vida o que carecen de un afecto
consistente y que intentan llenar esa carencia con drogas
o alcohol o con conductas sin sustancias (compras, juego,
Internet o móviles). En estos casos Internet o los aparatos
de última generación actúan como una prótesis tecnológica.
En resumen, un sujeto con una personalidad vulnerable,
con una cohesión familiar débil y con unas relaciones sociales pobres corre un gran riesgo de hacerse adicto si cuenta
con un hábito de recompensas inmediatas, tiene el objeto de
la adicción a mano, se siente presionado por el grupo y está
sometido a circunstancias de estrés (fracaso escolar, frustraciones
afectivas o competitividad) o de vacío existencial (aislamiento
social o falta de objetivos). De este modo, más que
de perfil de adicto a las nuevas tecnologías, hay que hablar
de persona propensa a sufrir adicciones.

Ni todas las adicciones sin drogas son similares ni tampoco
lo son las personas que están enganchadas a ellas. No
obstante, hay ciertos aspectos comunes en la motivación
para el tratamiento, en la elección del objetivo terapéutico y
en la selección de las técnicas de intervención.
Una característica presente en los trastornos adictivos
es la negación de la dependencia. La conducta adictiva se
mantiene porque el beneficio obtenido es mayor que el coste
sufrido. El sujeto sólo va a estar realmente motivado para
el tratamiento cuando llegue a percatarse, en primer lugar,
de que tiene un problema real; en segundo lugar, de que los
inconvenientes de seguir como hasta ahora son mayores que
las ventajas de dar un cambio a su vida; y, en tercer lugar,
de que por sí solo no puede lograr ese cambio. El terapeuta
debe ayudar al sujeto a lograr esa atribución correcta de la
situación actual y a descubrirle las soluciones a su alcance
(Echeburúa, 2001; Miller y Rollnick, 1999).
En el ámbito de las adicciones químicas o de la ludopatía
la meta terapéutica utilizada suele ser la abstinencia total.
Hay muchas pruebas acumuladas acerca de la viabilidad de este objetivo y de los beneficios obtenidos con el mismo
(Echeburúa, 2001). Sin embargo, en la adicción a Internet o
las redes sociales la meta de la abstinencia resulta implanteable.
Se trata de conductas descontroladas, pero que resultan
necesarias en la vida cotidiana. El objetivo terapéutico
debe centrarse, por tanto, en el reaprendizaje del control de
la conducta.
Y por lo que se refiere al tratamiento, las vías de intervención
postuladas son muy similares en todos los casos. A
corto plazo, el tratamiento inicial de choque se centra, en
una primera fase, en el aprendizaje de respuestas de afrontamiento
adecuadas ante las situaciones de riesgo (control
de estímulos); y en una segunda fase, en la exposición programada
a las situaciones de riesgo (exposición a los estímulos
y situaciones relacionados con la conducta adictiva).
Así, por ejemplo, el control de estímulos -un primer
paso siempre necesario durante las primeras semanas de
tratamiento- se refiere al mantenimiento de una abstinencia
total respecto al objeto de la adicción (redes sociales
virtuales o juegos interactivos). Y un segundo paso, en una
fase posterior, consiste en la exposición gradual y controlada
a los estímulos de riesgo. De este modo, un ex adicto a
Internet puede, inicialmente bajo el control de otra persona
y después a solas, conectarse a la red, estar un tiempo
limitado (1 hora, por ejemplo) y llevar a cabo actividades
predeterminadas (atender el correo sólo una vez al día a una
hora concreta, navegar por unas páginas fijadas de antemano
o entrar en una red social), sin quitar horas al sueño
y eliminando los pensamientos referidos a la red cuando no
se está conectado a ella. Sólo cuando se ha llegado a esta
fase decrece la intranquilidad subjetiva y el sujeto adquiere
confianza en su capacidad de autocontrol ante las diversas
situaciones cotidianas.
Por último, una vez reasumido el control de la conducta,
se requiere actuar sobre la prevención de recaídas, lo que
implica identificar las situaciones de riesgo, aprender respuestas
adecuadas para su afrontamiento y modificar las
distorsiones cognitivas sobre la capacidad de control del
sujeto. Asimismo hay que actuar sobre los problemas específicos
de la persona, planificar el tiempo libre e introducir
cambios en el estilo de vida.
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